Si nos guiáramos por los presagios de la música electrónica de los setenta, los sueños del synth-pop de los ochenta, las promesas de las raves de los noventa y las advertencias del pulso urbano de los 2000
-por nombrar apenas un puñado de señales-, hace rato que las guitarras eléctricas deberían haber quedado relegadas como objetos de culto vintage para nostálgicos.
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